Por fin llegó el día del swell, ahí estaba, lo que habíamos ido a buscar en este viaje, lo teníamos delante de nosotros.
El mar rugía con todas sus fuerzas estaba perfecto, grandes tubos y sifones por todas partes, estaba grande y daba mucho respeto, pero nos podían las ganas de adrenalina, afrontar ese mar con todo el respeto del mundo y con ganas de vivir emociones fuertes. Después de tratar de poner en marcha la moto y para asombro de todos los que estábamos allí la moto arrancó, y el primero en disfrutar de grandes olas teniendo a Aritz a el volante fue Iker, que se hizo un tubazo con el sifón más grande de su vida en la primera ola y apenas amaneciendo. La segunda ola que se hizo también fue buenísima, y fue entonces cuando Aritz vino a recogerme, era mi turno, debía probar mi suerte. Estaba emocionado pero a la vez tenía muchísimo miedo ya que nunca había hecho step off desde la moto y menos con ese tamaño de olas. Estaba peligroso, cualquier mal movimiento hubiese podido ser cosa seria.
Antes de que llegase una ola que tenia buena pinta decidimos dar una vuelta en la moto y en ese momento algo dentro de mi me detuvo, no lo vi claro y le pedí Aritz que esperásemos. Entonces él con toda la razón me dijo que igual estábamos esperando algo que no había, y acto seguido, la serie vino detrás, y vimos la ola que estábamos esperando. ¡Ahí estaba! ese paredón limpio y perfecto con una luz de amanecer que la alumbraba, supe que era esa, Aritz también y me puso en el sitio para darle. Siempre voy a recordar el momento en el que me dijo: ¡AHORA! En ese momento salte a la ola me puse de pie y tuve la mejor visión de mi vida en el surf hasta el momento. Empecé a celebrar cuando vi que la ola se me iba adelantando entonces salió un sifón gigantesco, que me dejó ciego durante varios segundos, y cuando volví a ver la ola aceleró demasiado. Entonces me tiré y pensé, “dios esta ola me va a destrozar”. La verdad es que fue bastante bien para el tamaño de la ola, y cuando salí a la superficie ya estaba la siguiente ola gigante cayéndome encima. Otra vez volví a pensar lo mismo, “dios esta ola me va a hacer daño”, pero una vez más todo salió genial y Aritz pudo venir a sacarme de esa situación. Fue una locura. ¡Fue la hostia!